Después de comer, a eso de las tres de la tarde, nos poníamos el bañador, cogíamos las toallas, la sombrilla, las tumbonas, el cubo, las palas, el rastrillo, las pelotas hinchables, la nevera con el agua, refrescos, los bocatas, fruta.... en fin, lo mínimo imprescindible para ir a la playa.
El protector solar, no...
Después nos subíamos al coche, un dos caballos, sin cristales tintados, sin cinturones traseros (los delanteros tampoco se usaban. Hacía mucha calor), sin airbags, sin aire acondicionado, sin radio, sin GPS, sin ABS.... en fin, "pa'bernos matao"
Después de 10 minutos de viaje y media hora para encontrar un sitio, llegábamos al paraíso. Sólo quedaba atravesar los pocos metros de arena incandescente que separaba la pineda, del agua.
Mi padre pinchaba el palo de la sombrilla en la arena, mi madre colocaba las cosas alrededor, y mientras tanto, ya estábamos nosotros, los hijos, en el agua, jugando con las olas, buscando pechinas con las manos, saltando los unos de los hombros de los otros, haciendo el muerto, nadando....
Llegaba la hora de merendar. Pero qué hambre que da la playa!!! El bocata de salchichón era el manjar del día. Y después un melocotón fresquito (con un poco de arena algunas veces, pero daba igual).
Y después, a esperar un poco, porque si no, se cortaba la digestión...
Aprovechábamos ese rato para hacer un castillo en la orilla, con un caminito que traía el agua del mar a nuestra fortaleza. O para enterrar nuestro cuerpo y salir después como si nos hubiésemos convertido en zombis.
Después del último baño, ya casi poniéndose el sol, nos teníamos que ir con los bañadores mojados, (por no pasar la vergüenza de cambiarse allí, delante de todo el mundo). Nos sentábamos de nuevo en los asientos de nuestro dos caballos encima de unas toallas y al llegar a casa, mirábamos la marca de agua que había dejado nuestro culo.
Después del último baño, ya casi poniéndose el sol, nos teníamos que ir con los bañadores mojados, (por no pasar la vergüenza de cambiarse allí, delante de todo el mundo). Nos sentábamos de nuevo en los asientos de nuestro dos caballos encima de unas toallas y al llegar a casa, mirábamos la marca de agua que había dejado nuestro culo.
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