viernes, 11 de julio de 2014

La Pineda

Ayer llevé a mis hijos (3 y 9 años) a  uno de estos parques infantiles que tenemos ahora en la mayoría de ciudades. Llenos de hinchables, bolas, túneles y toboganes.

Mientras los observaba saltar en una de las camas elásticas, llenas de protecciones por los cuatro costados, en uno de sus saltos se dejó ver los muelles que soportan la lona flexible, de los bordes fijos.

Y entonces me vino a la memoria La Pineda.

Los domingos íbamos con nuestros padres, y como si de un ritual se tratara, mientras ellos se tomaban un café, mi hermana y yo sacábamos con una moneda de 25 pesetas, un gran puñado de pistachos de la máquina de la barra, y nos los comíamos en una de las mesas.

Después, como cada semana, nos tocaba hacerle la pelota a nuestro padre, para que nos sacara un ticket de media hora, para las camas elásticas. Con el papelito en la mano íbamos al recinto que estaba a pocos metros, donde ya saltaban 10 o 12 niños. Y a esperar....

Sentir la ingravidez en cada bote era espectacular. Sentir que sólo el aire te sujetaba durante esos dos segundos, conseguía trasladarte a un mundo mágico. Como los artistas del circo, hacías una voltereta y mirabas al niño de al lado que se le llenaba la cara de envidia porque él no lo sabía hacer....

Un descanso por favor.

Tumbada boca abajo con toda la cara entre dos de los muelles del borde de la colchoneta, mirabas hacia abajo para ver el gran agujero que quedaba tapado. Y te sorprendía ver la cantidad de hojas de pino que allí se habían acumulado. Y después boca arriba dejabas que la sombra de los propietarios de esas hojas, refrescara tu cara, para coger aliento, y poder seguir saltando un ratito más....



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