viernes, 3 de diciembre de 2021

La zambomba

Cuando yo era niña, y vivía en Gavá, teníamos conejos. Mis padres los criaban y muchos días mi padre cogía uno de ellos de las jaulas donde vivían, para dárselo a mi madre que lo cocinaba al ajillo o con arroz, depende del gusto del día. A veces para algún cliente del bar, a veces para nosotros.

Mi padre lo cogía de las patas de atrás con la mano izquierda y el animal quedaba colgando cabeza abajo. Lo zarandeaba un poco, supongo que con ello el roedor empezaba a marearse, y antes de que se diera cuenta, recibía un golpe certero en la nuca que mi padre le asestaba con el borde de la diestra, al estilo Kung Fu. A veces acertaba a la primera, a veces necesitaba un segundo golpe detrás de las orejas para terminar el sacrificio...

La sangre empezaba a salir por la nariz del conejo. En la pared del lavadero había un gancho y una palangana en el suelo. Con una cuerda le ataban de una pata y le colgaban del gancho para que escurriera la sangre durante unos minutos. Un hilo de sangre teñia de rojo la palangana...

 Mientras tanto mi madre buscaba el cuchillo y volvía. Con una pequeña incisión en la pata, le abría la piel y dejaba al descubierto la carne. Tiraba del pelaje hacia abajo con fuerza y lo dejaba desnudo como si le estuviese quitando un jersey. Yo observaba el ritual detrás de mi madre. Ella de espaldas a mí, yo enfrente de la carne roja y brillante que nos comeríamos en pocas horas. Sus manos seguían moviéndose. Ahora cortaba la ingle y rajaba el abdomen. Las tripas quedaban al descubierto, ella metía las manos en sus entrañas y con un giro, sacaba todos los intestinos y vísceras del interior del animal que caían a la palangana. Cortaba las patas peludas y dejaba la carne en una bandeja, se limpiaba las manos y se llevaba el manjar a la cocina.

Yo me quedaba allí observando, la cuerda colgada del gancho, la pata de conejo colgada de la cuerda, la pared de azulejos ensangrentada, las tripas en el suelo, dentro de la palangana, la piel marrón grisáceo del conejo, un poco más allá...

Una de esas veces, llegó mi padre y cogiendo el abrigo del conejo me dijo:

-Verás que vamos a hacer con esto!!

Dejó la piel al sol unos días y cuando el interior estuvo seco, cogió un tiesto, y lo cubrió por la parte ancha con la piel del conejo dejando el pelo hacia adentro. Lo ató con una cuerda muy, muy fuerte. Hizo un agujero en el centro y le metió un palo.

-¿Qué es eso, papa?
-Esto es una zambomba

Y con la mano de mi padre frotando el palo de arriba a abajo, la piel del conejo sacrificado empezó a cantar....

Esta noche es Nochebuena 

y mañana Navidad

abre la bota María 

que me voy a emborrachar...

Foto: https://navidad.es/como-hacer-zambomba/

martes, 9 de febrero de 2021

Un globo extraño

Si la memoria no me falla, sería a principios de los años 80. Tal vez tenía 10 o 12 años. Yo salía de ca la Paquita de comprar el pan y al bajar el pollete de la entrada de la tienda, miré al suelo y en la acera ví un globo aplastado. No era un globo como los demás. Era transparente y muy alargado. También era más finito de lo que normalmente es un globo. En la punta tenía una forma más estrecha. Era un globo muy original. Lo probé soplando en su interior y pude comprobar que no estaba pinchado. Así que, me lo llevé a casa.

Cuando llegué a la cocina, dejé el pan sobre el mármol y me fui al lavadero con mi tesoro. Le puse agua y jabón y lo lavé por dentro y por fuera como si fuera un calcetín. Lo llené de agua y lo vacíe varias veces para que quedara bien limpio y después fui al patio donde estaban las cuerdas para tender la ropa y con una pinza lo sujeté para que se secara al sol. En muy poco rato, se secaría y ya podría jugar con él.

No sé en qué parte de la casa estaba. Tal vez en el lavabo o en mi habitación, cuando oí a mi madre gritar:

-¡¡¡PERO QUIEN HA PUESTO ESO AHÍ!!!

Entendí rápidamente que se refería a mi globo y fui corriendo para decirle a mi madre, que era mío, que me lo había encontrado en la calle y lo habia lavado. Le quería decir también que lo había colgado para que se secara y poder inflarlo y jugar con él.

Pero cuando llegué al patio, ya no estaba mi globo. Estaba sólo la pinza con la que lo había tendido. Mi madre estaba enfadada y ya no me atreví ni a preguntar. Sólo podía pensar: Creo que no era un globo.

Y no. No era un globo. Aunque sí era de látex.