El Doctor Aymar era enorme.
Cuando entraba en su consulta, lo primero que veía era su gran papada. Él bajaba un poco la cabeza y eso hacía que el cuello se le inflara aún más. Entonces me miraba fijamente, mientras mi madre le explicaba lo mal que había pasado la noche vomitando, tosiendo, con dolor en el oído, o cualquier otro de los síntomas que suelen tener todos los niños.
Me mandaba sentar en la camilla que estaba junto a la ventana y me auscultaba, me miraba la garganta, me presionaba con sus dedos el abdomen, y entonces, ya sabía lo que me pasaba. Después volvía a su mesa, cogía su talonario de recetas, escribía un jeroglífico y se lo daba a mi madre para que comprara las medicinas que conseguían que volviera a encontrarme mucho mejor.
Gracias Don Dionisio Aymar Costa. Por cuidar de mi salud.
Cuando entraba en su consulta, lo primero que veía era su gran papada. Él bajaba un poco la cabeza y eso hacía que el cuello se le inflara aún más. Entonces me miraba fijamente, mientras mi madre le explicaba lo mal que había pasado la noche vomitando, tosiendo, con dolor en el oído, o cualquier otro de los síntomas que suelen tener todos los niños.
Me mandaba sentar en la camilla que estaba junto a la ventana y me auscultaba, me miraba la garganta, me presionaba con sus dedos el abdomen, y entonces, ya sabía lo que me pasaba. Después volvía a su mesa, cogía su talonario de recetas, escribía un jeroglífico y se lo daba a mi madre para que comprara las medicinas que conseguían que volviera a encontrarme mucho mejor.
Gracias Don Dionisio Aymar Costa. Por cuidar de mi salud.