En verano, al atardecer, el cielo se inundaba de ellas.
Al mirar hacia arriba, sorprendía ver el enredo formado por su vuelo. Parecía imposible que no se chocaran unas con las otras. Las veías bajar en picado y aleteando, a ras de suelo seguían su carrera hacia el alimento. Pequeños insectos que, equivocadamente, compartían su espacio.
Como niños que éramos, no se nos ocurría otra cosa que intentar atrapar una. Primero con las manos, cuando volaban bajo. Luego tirándoles una piedra.... Era imposible cazar ninguna!!!
Era entonces cuando los mayores nos gritaban:
-No les hagáis daño, ¡¡Que son de Dios!! Como matéis alguna, vais a ir al infierno.
En una ocasión, una calló a tierra. Y por fin la pudimos tener en nuestras manos. Sabíamos que las golondrinas no podían alzar el vuelo desde el suelo. Así que uno de nosotros se subió al olivo y desde allí, la lanzó, para que pudiera continuar su paseo...
Autor: Anónimo
Edición: Recuerdos de Gavà